Por Jonathan Planchart Lehrmann
Aquellos efectos de la prolongada crisis económica que tuvo su más álgido momento aquel viernes negro de 1.983
Mucho se ha escrito sobre el llamado “Caracazo”, nombre que con que se conoce en Venezuela, América Latina y por qué no, el mundo entero, a los sucesos que ocurrieron a partir de aquella infausta mañana del 27 de febrero de 1.989 en los alrededores de la capital venezolana, “el día que bajaron los cerros”.
Recurriendo a mi propia memoria, recuerdo que aquél día caminaba hacia la escuela, como cualquier estudiante de la época, y al poco rato de llegar los maestros nos devuelven a la casa porque estaban ocurriendo “saqueos”, primera vez que escuchaba esa palabra. Nos fuimos caminando a casa de un viejo conocido y de ahí, al percatarnos que la cosa se estaba poniendo “fea”, decidimos irnos cada quien para su respectiva casa.
Se dice que los hechos empezaron en la ciudad de Guarenas, cercana a la capital, a eso de las 5 de la mañana, producto de unas protestas callejeras aparentemente provocadas por el aumento de los precios del combustible, hecho este que al parecer fue la chispa que encendió la llama de la crispación popular que venía de sentir en los bolsillos el efecto del paquete de medidas económicas de shock acordadas por el gobierno del entonces presidente Carlos Andrés Pérez (CAP), medidas de corte impopular que, aunque aparentemente necesarias para sanear el fisco, quizá por mala comunicación del ejecutivo, quizá por no estar preparado el país para las mismas de la forma en que se implementaron, condujeron a esa especie de rebelión popular que se regó por los cuatro costados de la nación pero de manera significativa en Caracas. Saqueos, pillaje, robo, frustración, rabia, ira, los demonios se desataron esos días sobre todo en aquella parte de la población que más ha sufrido los efectos de la prolongada crisis económica que tuvo su más álgido momento aquel viernes negro de 1.983, también de febrero, el mes más sensible de la Venezuela contemporánea, día en que se devaluó la moneda nacional y acabó con el mito de la Venezuela saudita.
Ahora bien, ¿Qué ocurrió antes para que el ex presidente Pérez tuviera que implementar ese paquetazo “neoliberal” avalado por el FMI? Como es costumbre en la política venezolana, la culpa la tuvo “el gobierno anterior”; cabe recordar que el ex presidente Jaime Lusinchi, antecesor de CAP se despidió del gobierno con una frase ingeniosa: Durante mi gobierno hubo “paz social” (¿Podrá Hugo Chávez decir lo mismo?). Esa paz social le costó a la República un agujero fiscal, se habían agotado prácticamente las Reservas Internacionales. Lusinchi no se preocupó en atacar los problemas económicos ni los desequilibrios fiscales; a mi juicio, este ha sido el gobierno más incompetente y oscuro que ha padecido la nación, por la falta de visión económica y social a mediano y largo plazo, por la poca audacia en que se manejaron los problemas de estado, por la mediocridad en general de ese gobierno. A pesar de todo, otros gobiernos de la democracia puntofijista fueron audaces en construir represas, carreteras, estatizar el petróleo, impulsar leyes como la del Trabajo, obra de Rafael Caldera, enfrentar la guerrilla, etc.
Pues bien, esta suerte de mediocridad gubernamental en efecto trajo paz social, como quien contiene un dique son sacos de arena antes que se desborde el agua pero sin ir a la solución del problema, que sería reforzar el dique. Las medidas económicas de Carlos Andrés Pérez en su mayoría eran necesarias, lo contrario hubiera supuesto una hiperinflación como la vivieron los países del Cono Sur, más desempleo, cierre de empresas; en fin, un círculo que igual, de no haberse aplicado tales medidas, seguramente iba a terminar de ocurrir en el corto o mediano plazo. Por lo menos CAP, con un equipo económico lo suficientemente capaz, tuvo la valentía de enfrentar el problema, a costa del previsible desencanto popular.
Ahora, una cosa son las protestas legítimas ante el aumento del pasaje, por ejemplo, o de los productos básicos e incluso los servicios que también aumentaron, y otra muy distinta es la destrucción, el saqueo e incluso la quema de comercios, autobuses, carros, bienes públicos y privados. Ante un escenario de caos, vandalismo y anarquía aquí planteada yo siempre me he preguntado, ¿Cómo hubiese procedido el gobierno de Hugo Chávez? A lo mejor quizá con flores. Y me pregunto esto porque los revolucionarios del 4 de febrero prácticamente reivindican esa fecha como antecedente inmediato de la asonada militar, cosa que es falso, toda vez que los líderes golpistas ya venían conspirando en el seno de las Fuerzas Armadas desde mucho antes de esa fecha, recordemos el “Juramento del Samán de Güere” que fue en 1.983 suerte de pacto entre los sediciosos que selló el compromiso de arremeter contra la democracia venezolana. Insisto en esa pregunta ya que Hugo Chávez, Tiburón 1 el 11 de abril, mandó a activar el “Plan Ávila”, mismo que activara el entonces presidente CAP para hacerle frente a la ola de saqueos que se habían apoderado sin control de la Capital y que habían desbordado la capacidad de contención de la Policía y presumiblemente también de la Guardia Nacional. Por muchísimo menos el gobierno revolucionario también ha sacado no al Ejército pero sí a la Guardia para reprimir manifestaciones pacíficas contra su gobierno al tiempo que ordenó lanzar “gas del bueno” a las manifestaciones estudiantiles.
Pero una cosa son manifestaciones pacíficas y otra muy distinta son manifestaciones violentas cargadas de destrucción, disturbios, incendios y saqueo. En muchos casos los saqueos no eran de bienes de primera necesidad, ni siquiera de comida; los saqueadores, gente común y corriente algunos, otros pseudo-delincuentes, guapos de barrio y quizá infiltrados con fines políticos tomaron lo que encontraban: bebidas alcohólicas, detergentes, aires acondicionados, reses enteras, electrodomésticos, equipos de sonido, televisores, línea blanca y pare usted de contar. Eso no quiere decir tampoco que no sean condenables los excesos que se cometieron cuando ocurrió la represión, sobre todo por parte de algunos uniformados. Hubo ráfagas de FAL que penetraron en viviendas, en los techos de algunos apartamentos, luego, un incontable números de muertos, heridos y desaparecidos, las fosas de “La Peste”, hasta que innumerables víctimas de estos sucesos algunas representadas ante la ONG COFAVIC responsabilizaron al estado de tales excesos, sin que hasta ahora en la mayoría de los casos haya habido una respuesta.
jonathanplanchart@dialogopolitico.net
LLegué, desde Ecuador, a Venezuela, donde arrullan a los niños con el Himno Nacional, el 14 de marzo del 68. Recibí mucha solidaridad y cariño de los hermanos venezolanos sin los cuales hubiese sido imposible graduarme en la Central. Pueblo para hermoso, pueblo de mi corazón. El 27 de marzo del 89 la misma gente que me había impulsado corría como loca llevando en sus hombros cosas innecesarias sobre sus hombros: Reses, computadoras, lavadoras, cauchos, parabrisas, etc., destrozando santamarías y puertas a granel, una realidad cruda y aquella noche nunca el ambiente me había olido tanto a parrilla y carne quemada por todas partes, carne de todo tipo. Porque fue hermanos contra hermanos a candela vida, plomo del bueno (palabras atroces) sesgando vidas. Mi vida siguió su curso hasta que no pude más. Fueron cuarenta y cinco años de duro bregar, a veces con las uñas. Todo quedó atrás y vivo en este rincón de la historia (Loja-Ecuador) sobreviviendo con la pensión como profesor jubilado de la UDO/UCV, sin poder (porque tampoco quiero) olvidarme de esa Patria amada, pero tan distante. En mis círculos hablo de Rómulo Gallegos, Ramón Díaz Sánchez, Andrés Eloy Blanco, Pérez Bonalde, Alí Primera, Soledad Bravo, Miguel Otero, Simón Díaz y tantos otros seres que me anclaron a Venezuela por sus lecciones humanas. Aquí en nuestra casa en las mañanas no podemos obviar la arepa o los bollitos con el guayoyo calentito. Cuánto daría por que la paz regrese a nuestras calles y de verdad seamos hermanos para siempre. Preferí apagar la tele donde conmemoraban el hecho, escribir este comentario y lanzar mis oraciones al cielo sin pena.
Buen camino