15 HORAS, 15 MINUTOS


Alfredo Enrique Ortega

«Diez meses antes del proceso electoral venezolano, el Presidente de la República había anunciado el cierre del Consulado de Venezuela en Miami…»

La imagen de una oficial de la policía de New Orleans tomando fotos a la larguísima (a ratos interminable) fila de venezolanos listos para ejercer su derecho al voto, dejaba entrever que algo inédito estaba pasando. New Orleans, ciudad universalmente conocida por su famoso “Mardi Gras”, está más que acostumbrada a ver multitudes. Un juego de los Saints (el equipo profesional de fútbol americano de New Orleans), por ejemplo, reúne más de setenta mil aficionados en su absolutamente imponente Superdome, tristemente recordado por haber sido el refugio principal de miles de afectados del devastador huracán Katrina, en 2005. El impresionante Río Misisipi, con un inmenso bulevar que lo bordea, y una robusta infraestructura hotelera, presentan a la ciudad como un privilegiado destino turístico al nivel de los mejores del mundo. Siendo así, ¿Qué era tan especial en una fila de personas para que esa mujer policía estuviera tomando fotos? Me tomó algunas horas procesarlo sosegadamente.

Como sabemos, diez meses antes del proceso electoral venezolano, el Presidente de la República había anunciado el cierre del Consulado de Venezuela en Miami que sirve –más bien servía- a venezolanos de Florida, Georgia, Carolina del Norte y del Sur. Poco más de 3 meses antes de la elección, se supo que los venezolanos inscritos en ese Consulado tenían más que garantizado su derecho al voto, sólo que, para ejercerlo, tendrían que viajar a New Orleans, a más de 1.400 kilómetros de Miami. No fue poco el esfuerzo que se hizo para motivar a esos cerca de 20 mil connacionales a que colocaran la patria primero y viajaran cerca de 15 horas para ejercer su derecho.

La contundente respuesta de la comunidad venezolana en Miami impresionó a propios y extraños. Los más de tres mil registrados en Aerovotar, una organización destinada a trasladar electores vía aérea, así como los cerca de 70 autobuses en total, dispuestos para el mismo fin, dejaba claro que el cálculo inicial, para muchos exagerado, de 5.000 votantes, no se correspondía con la pasión política de los venezolanos de estos días. No fueron ni cinco, ni seis, ni siete, sino ocho mil los venezolanos que votaron en New Orleans. Sí, ocho mil, los mismos ocho mil que votaron el 12 de febrero en las primarias, con la diferencia que esta vez lo hacían a mil cuatrocientos kilómetros de casa.

Comenzaron a llegar días antes, como si se tratara de un evento de varios días y no el de un acto electoral cuyo ejercicio toma sólo minutos. Se veían, por todas partes, venezolanos tomando fotos mientras recorrían las turísticas calles de esa hermosa ciudad del Estado de Luisiana. Gorras tricolores y muchas vinotintos decoraban las ya coloridas calles de evidente influencia francesa. No fueron pocos los no venezolanos que preguntaban, ¿Y qué hacen tantos venezolanos en New Orleans? Numéricamente hablando, no éramos tantos (comparados con las decenas de miles que se mueven, por ejemplo, en un simple juego de fútbol) sino que, como buenos venezolanos, nos dejamos sentir donde quiera que llegamos. Algunos nos preguntaban sorprendidos: ¿Acaso celebran su independencia? Sí, pero esta vez nos independizaremos de Cuba, pensé.

Llegado el gran día, el esperado domingo 7 de octubre, faltaban sólo horas para que todo ese inmenso esfuerzo culminara, ojalá satisfactoriamente. Llegué al impresionante centro de convenciones de New Orleans, el sitio rentado por el gobierno venezolano para llevar a cabo el esperado proceso electoral presidencial. Apenas habían pasado algunos minutos luego de las 4 de la mañana. La cola ya era impresionante. Y lo que la hacía aún más impresionante, es que quienes estaban en ella, no venían de casa precisamente, sino que se acababan de bajar de un autobús en el que estuvieron más de 15 horas. Ver a esos venezolanos, haciendo disciplinadamente su fila, luego de pasar 15 horas en un autobús, no hacía sino aumentar la emoción y el orgullo de haber nacido en eso que llaman la tierra de Bolívar. Sabía que algo muy especial estaba pasando, y yo tenía la suerte de estarlo viviendo.

El proceso en su conjunto fue un rotundo éxito. No sólo por los más de 8.000 compatriotas que dijeron presente, sino porque lo hicieron muy lejos de casa. El resultado electoral no tiene nada que ver con el resultado político. La gesta política y ciudadana de esos venezolanos fue un éxito sin parangón me atrevería a decir en la historia universal. Quisiera saber cuántos ciudadanos se han movilizado masivamente a votar, a más de medio día de distancia de su casa. Más allá de ese primer boletín leído por la Presidenta del CNE, los venezolanos en New Orleans habían sido, todos, ganadores en la histórica jornada. Mientras reflexionaba solitariamente en una mesa del bar del hotel donde me hospedaba, vistiendo orgullosamente mi vinotinto, un “gringo”, muy cordial por cierto, se me acercó a preguntarme cómo nos había ido. Mi primera gran sorpresa fue que ese “gringo”, quien vestía a su vez una camisa de los New Orleans Saints, había estado esa tarde en el Superdome viendo jugar a su equipo, y aún así sabía que otro evento importante estaba aconteciendo en su ciudad. ¿Ya saben el resultado?, preguntó en perfecto inglés. , respondí. ¿Ganó Chávez otra vez?, dijo el gringo mientras se abrían sostenidamente mis ojos en señal de asombro. ¿De dónde vienen ustedes?, preguntó. La mayoría venimos de Miami, le dije. ¿Cuánto tiempo es de Miami a aquí?, siguió, muy interesado, mientras mi asombro aumentaba. (Como sabemos, es lugar común decir que los gringos no saben nada de lo que ocurre fuera de Estados Unidos. Pues este en particular sí sabía y mucho). 15 horas, respondí. ¿15 horas?, dijo él, evidentemente sorprendido. Pues lo que han hecho –seguía- es un ejemplo para nosotros. Ustedes viajaron 15 horas para votar; muchos aquí viven a 15 minutos y no votan. En ese momento, mi venezolanidad había llegado al tope del medidor, con el que había por cierto coqueteado varias veces ese día.

El reciente recuerdo de la voz de Tibisay Lucena dando los resultados de la jornada, había casi desaparecido ante los emocionantes comentarios del “gringo”. Paradójicamente, y a pesar del resultado, me fui a la cama con una sensación de victoria. Sabía –y sentía- que no haber ganado la elección no me quitaba todo lo bailao ese día.

Al día siguiente, ya en el avión para regresar a casa (uno que transportaba miembros de mesa, testigos, voluntarios y gente de prensa) las emociones seguían a flor de piel. Sólo faltaba una más, una que verdaderamente no esperaba en un vuelo de regreso. Hablaba el capitán del avión. Nada nuevo en eso. Todos los capitanes hablan antes de despegar. La diferencia esta vez fue cómo se presentó este: “Les habla el Capitán Ronald algo (no recuerdo el apellido), orgullosamente venezolano”. En lo que respecta a mí, no soy el mismo que viajó a New Orleans.

aortega1977@yahoo.com

 

Un comentario en “15 HORAS, 15 MINUTOS”

  1. Hola Alfredo Enrique

    Vivo en Loja (una región azul) Ecuador en la frontera con el Perú. El aeropuerto más cercano está a 200 kmts y con la soledad de ese extranjerismo que nos persigue a todos los migrantes llegué a Quito el jueves en la noche. Me impulsaba la obligación más que el derecho del voto y aquel domingo ví muchos rostros tristes lejanos y diferentes a aquellos que siempre ví durante mis 42 años de residencia en la bella Venezuela. Muchos no hablaban y otros eran parcos en sus respuestas. me sentí extranjero en mi propia tierra, porque el consulado es mi tierra. Bastó llegara la noche para que un grupo desconociera al otro, afloraron las banderas y canciones como «vasija de barro». Cuando vi que a aquel joven con sus mayoría de edad recién cumplida cantando nuestro glorioso «Gloria al Bravo Pueblo» mientras muchos lo insultaban entendí que la lucha recién comenzaba para recuperar muchos cosas que en el camino hemos ido perdiendo o quizá dejando. En ese joven reflejé a mi pequeño hijo de 11 años y creo que por primera vez tuve miedo en mi Patria de origen porque aquí nací hace 64 años.

    Alfredo Enrique, yo tampoco soy el mismo que viajó a Quito

    Buen camino

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