Por Jonathan Planchart Lehrmann
La contaminación de las aguas, una verdadera catástrofe para el planeta.
El impacto de la actividad humana sobre el medio ambiente es a menudo incompatible. No es posible desarrollar una planta hidroeléctrica sin realizar modificaciones considerables sobre el medio ambiente, así como tampoco es posible hacer un desarrollo petrolero sin que ocurran daños a la naturaleza. El solo hecho de desplazarnos en coche constituye un gasto de energía que se traduce en emisiones de CO2, al igual que cosas tan simples como encender un bombillo o la televisión.
Una ciudad de por sí se comporta como una célula gigante, que consume agua, aire, alimentos, energía y emite sus desechos en forma de basura, gases contaminantes, cloacas, etc.
La contaminación del medio ambiente reviste varias maneras de enfocarlas: La contaminación del aire, del agua, de los suelos, sónica y nuclear entre otras. Todas ellas con igual nivel de alarma para los seres humanos. Sin embargo, y a pesar de las advertencias de los ecologistas, seguimos contaminando el aire, el agua, los suelos. ¿Por qué?
La primera razón que me viene a colación es que la naturaleza no se queja. Bueno, sí lo hace pero no en el sentido en que lo haría un ser humano; no reclama, no denuncia, no se querella. Pero cuando se cansa que la maltraten, es irreversible su temperamento, al punto que puede dejarnos sin alimentos, sin aire y sin comida. En Ciudad de México, se llegó alguna vez a un nivel de contaminación en que los ciudadanos tenían que salir con tapabocas a la calle. En muchos lugares, el hombre ha contaminado los acuíferos al punto de hacerlos inutilizables, igual con las cosechas, el abuso de pesticidas y agroquímicos acaba con la vida útil de los suelos, para no hablar de los lugares donde ha habido accidentes nucleares.
De modo que el ser humano, desde hace mucho, pero especialmente desde la era de la Revolución Industrial, no se ha llevado bien con el medio ambiente, medio ambiente que le es y le ha sido hostil. Un hombre moderno no duraría mucho si lo dejan en una selva o un bosque sin las comodidades que le brinda la vida contemporánea: agua caliente, ropa limpia, cama, un hogar donde descansar, comida caliente, neveras, televisión, radio, internet, etc.
De todas las formas de contaminación, sin duda una de las más preocupantes es la del agua.
Asombra ver cómo hay ríos, lagos y mares contaminados en el mundo. Algunos países tienen más conciencia ambiental que otros. En Venezuela, no hay mucha conciencia ambiental que se diga, a pesar de ser un país que cuenta con numerosos recursos hídricos: El Lago de Maracaibo, el Lago de Valencia, los ríos Orinoco y Caroní, una extensa costa bañada por el Mar Caribe. Sin embargo, quizás porque el cuido del ambiente genera más gastos que dividendos políticos, aquí, donde el valor de la gasolina prácticamente es cero, nuestro gobierno ha demostrado ser un verdadero campeón a la hora de olvidarse de hacer cumplir con las leyes ambientales.
El Lago de Maracaibo, el reservorio de agua dulce más grande de Suramérica, dan ganas de llorar. Envuelto en manchas de petróleo que se producen a cada momento, más la aparición de una planta, la llamada lemna o lenteja acuática, que se reproduce cual plaga en la superficie del mismo, ahogándolo y dejando una extensa mancha verdosa que en algunos casos llega a ser de proporciones colosales, sumados a las descargas domésticas e industriales, están acabando con la vida de este otrora majestuoso lago. ¿Es posible que una nación se permita tamaño ecocidio? Igual suerte corre el Lago de Valencia, el segundo en tamaño e importancia de Venezuela, vuelto una cloaca a cielo abierto. Pero es que no solo los lagos están contaminados, sino que también sus afluentes y los embalses que surten de agua “potable” a las principales ciudades del país. ¿Es posible que esto esté ocurriendo?
Plantas de tratamientos dañadas, plantas potabilizadoras inoperantes, trasvases de aguas de lagos contaminados a embalses que surten de agua a las ciudades. Si este panorama es para el agua de consumo humano, mejor no hablemos de las aguas servidas, que van, en la mayoría de los casos, a las playas, lagos y ríos de este contaminado país, porque no hay dinero para plantas de tratamiento y las que hay no funcionan.
Siempre he pensado que, si bien la actividad humana y la preservación del medio ambiente constituyen una dinámica difícil de conciliar, sin embargo con un poco de sentido común se puede llegar a minimizar el impacto ambiental que supone la actividad humana.
En materia de aguas, por ejemplo, las que van al consumo humano debe suponer el mantenimiento constante de los afluentes de los embalses, así como del embalse mismo y de la planta potabilizadora respectiva, mantener en buen estado los acueductos, y en materia de aguas servidas, es absurdo descargar directamente en los ríos, mares o lagos; se impone necesariamente acometer las inversiones que sean necesarias en materia de plantas de tratamiento, que no llegue una sola gota de agua servida, bien doméstica o industrial a nuestros cuerpos de agua. Así mismo, deben prohibirse los plaguicidas, herbicidas y agroquímicos que no cumplan con las más estrictas normativas ambientales. Debe prohibirse el uso de detergentes que no sean biodegradables, entre otras medidas, como campañas de concientización ambiental masivas y perennes.
Del cuido que le demos a nuestros recursos acuíferos dependerá, en gran medida, de la calidad de vida que les dejaremos a nuestros hijos. No en vano se dice que las próximas guerras serán por agua, ya en los EE.UU., el tema del agua alcanza un nivel de preocupación, para los próximos 30 años, que el tema del terrorismo, la amenaza nuclear o el petróleo. ¿Estaremos a tiempo de aprender la lección? Sólo el tiempo lo dirá, pero por ahora a nivel mundial y especialmente en Venezuela, estamos raspados en materia ambiental.
jonathanplanchart@dialogopolitico.net
Muy flojo y pobre este artículo, que onda carnal, no dices nada que no sepamos, deberías dar propuestas y no decir tanta bosta.