Por Jonathan Planchart Lehrmann
Ensayo político de la historia de Venezuela
Venezuela es un país verdaderamente atípico. Por muchos motivos. Para empezar, desde su fundación como república, es irónico que una provincia sin mayor importancia para la Corona española, apenas una Capitanía General, haya albergado la génesis del proceso independentista latinoamericano, con figuras de talla universal como Francisco de Miranda y Simón Bolívar, quienes, nacidos ambos en Caracas (capital de la Capitanía General de Venezuela), fueron los precursores y ejecutores -en el caso de Bolívar- de la emancipación y autodeterminación de los pueblos que conformaban los Virreinatos de Nueva Granada y del Perú, originando una serie de repúblicas libres y soberanas: Bolivia, Perú; Ecuador, Colombia y Venezuela (La Gran Colombia), y Panamá. Es decir, Venezuela fue el gran promotor de la idea de la Independencia e Integración de las naciones americanas, suya era la causa del Panamericanismo.
Luego del proceso emancipador en 1.830, la recién formada república no logró descansar de las intestinas guerras de independencia, para luego sufrir una serie de revueltas, revoluciones y conflictos armados causadas por los egos de los caudillos que tomaron y se disputaban el poder sin importar las consecuencias. Es así como volvemos a presentar, apenas unos años luego de las de Independencia, otra guerra feroz, la Guerra Federal, y no fue sino hasta el advenimiento de la dictadura del General Juan Vicente Gómez (quien por casualidad nace y muere en las mismas fechas que El Libertador), que se acabaron las revueltas en este país, a decir de los historiadores. Por ello se dice, no sin razón, que Venezuela entra en el siglo XX en 1935, a la muerte de Gómez. Se dice también que Gómez pacificó el país, al unificar el Ejército; sin embargo, la pacificación la hizo a sangre y fuego. Asimismo, administró la república como si fuera su hacienda personal, siendo que el venezolano promedio era muy pobre en comparación a los que, junto a él, detentaban el poder. Los militares eran los grandes latifundistas, los grandes terratenientes. En un país abandonado a su suerte desde su independencia, sin industrias, sin empresas, tener grandes haciendas era lo que marcaba la diferencia de clase. (La clase media era prácticamente inexistente).
Por otro lado, Venezuela vivió la dicotomía abrupta de ser un estado rural muy pobre, casi sin industrias, cuyos prácticamente únicos productos de exportación fueron el café, el añil (una planta del que se extrae un tinte azul, muy apreciado en la industria textil europea de entonces) y el cacao hasta finales del siglo XIX, para luego convertirse subrepticiamente en un país muy rico en recursos naturales, con el descubrimiento y posterior explotación del llamado oro negro a principios del siglo XX, justamente en tiempos de Gómez, con lo cual pasamos a ser una nación sumamente atrasada pero de evidente importancia estratégica a nivel mundial.
De este modo se empezaron a otorgar las primeras concesiones petroleras, principalmente a compañías norteamericanas, quienes bajo esa figura legal explotaron el crudo que brotaba no tan generosamente del subsuelo venezolano, ya que por lo general los yacimientos se encontraban a grandes profundidades o bajo el lecho del Lago de Maracaibo. Hasta entonces, y quizá con la excepción de Caracas, por ser la capital de la República, el interior de Venezuela era tal como la describe Miguel Otero Silva en su novela “Casas Muertas”, o Rómulo Gallegos en “Doña Bárbara”.
Luego, en pleno siglo XX, el país se convirtió en el primer exportador mundial de crudo, permitiendo llevarnos de un sobresalto a la modernidad. Con la tiranía del General Marcos Pérez Jiménez, y su doctrina del Nuevo Ideal Nacional, se pretendió llevar a los en ese entonces Estados Unidos de Venezuela, a ser una referencia mundial en muchos aspectos; sobre todo en infraestructura, ingeniería, arquitectura, cultura, turismo, etc. El dictador realmente pretendió transformar a Venezuela mediante obras faraónicas. Durante su mandato se iniciaron o ejecutaron algunas de las obras más emblemáticas del país, como el majestuoso Hotel Tamanaco, el imponente Teleférico del Mérida (el más alto y largo del mundo), el no menos imponente Teleférico de El Ávila (con sus dos vertientes a la Capital y al Litoral Central), que junto con el desafiante Hotel Humboldt, pretendían hacer de Caracas una capital vanguardista a nivel latinoamericano, la autopista Caracas-La Guaira (con sus imponentes y exquisitos viaductos), el Paseo Los Próceres, la exquisita Universidad Central de Venezuela (toda ella una obra de arte), el edificio y las torres del Centro Simón Bolívar así como la Urbanización El Silencio, el Helicoide (una suerte de centro comercial demasiado futurista para la Venezuela de entonces), el Puente sobre El Lago de Maracaibo, la represa de Guri, y un largo etcétera. Asimismo prácticamente acabó con los ranchos (favelas) que había en las urbes, construyendo urbanizaciones adecuadas para los sectores más humildes de la población. No había delincuencia. Lamentablemente el sueño de una Venezuela grande duró poco, pues era un dictador (como cualquier otro) con aparatos de seguridad sumamente represivos, como la Seguridad Nacional, además de haberse perpetrado un crimen dentro de uno de los integrantes de la Junta, Carlos Delgado Chalbaud, lo que le dio un toque siniestro al gobierno, y durante su breve mandato de 5 años (de los 10 que duró la Junta Militar) se atropellaron los derechos civiles, políticos y humanos de muchos venezolanos, en especial los de la disidencia socialdemócrata y comunista, lo que llevó a los gobiernos adecos posteriores a criminalizar su régimen desacreditando su legado, lanzando al abandono una obra difícil de ocultar u olvidar.
Luego de su forzada caída, el 23 de enero de 1.958, empezó la llamada era democrática. Hasta ese momento, Venezuela había adolecido de gobiernos civiles surgidos del voto popular, gobernada principalmente por militares que habían llegado al poder bien por golpes de estado, bien por elecciones de segundo grado. Los militares fueron los amos y señores de la república rural, luego petrolera hasta el 23 de enero de 1.958. A partir de este momento, se implanta el voto directo, universal y secreto para elegir al Presidente de la República. Una verdadera revolución.
Pero lo que en un principio fue bien visto, con el pasar de los años degeneró en una serie de gobiernos populistas en los que dominaban la escena 2 partidos, el socialdemócrata Acción Demócrata (AD), principal opositor al gobierno de Pérez Jiménez, y los socialcristianos del Comité Político Electoral Independiente (Copei), quienes al empezar a ser gobierno, se encargaron de “tomar por asalto por la vía electoral” todas las instancias de gobierno y del estado, enquistándose en el poder con el pretexto de unas elecciones cada 5 años, y dejando fuera otros factores importantes de la lucha contra la dictadura, como fueron los comunistas. Cambios de gobierno, pero tras bambalinas los mismos rostros, las mismas figuras tras el poder. El bipartidismo se había apoderado de Venezuela. Había nacido la república “puntofijista”.
Los primeros años fueron difíciles, en especial el quinquenio de Rómulo Betancourt. Como en el Pacto de Punto Fijo no se le dio cabida a los comunistas (hay que tener presente que tanto AD como Copei son partidos de izquierda, moderada pero izquierda al fin), parte de ella se sublevó y se fue a la guerrilla. Se aplicaron tácticas dignas de cualquier dictadura para aplacar a los sublevados. Los que antes luchaban por los mismos ideales se volvían contra sí una vez caída la tiranía. Entre adecos se enfrentaban, dado que muchos de los que insurgieron contra el neonato sistema democrático, además del Partido Comunista, habían surgido de las mismas entrañas de AD, como el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR).
Así las cosas, además se vivieron 2 intentonas insurreccionales: El Carupanazo (04/05/62) y El Porteñazo (02/06/62) ambas en el año de 1.962. Cinco años luego, el 10 de mayo de 1.967, fuerzas rebeldes entrenadas en Cuba, intentan invadir el territorio venezolano en la playa de Machurucuto. Sin contar los episodios esporádicos que de vez en cuando llenaban los titulares de la prensa nacional, como el “Asalto al Tren del Encanto” –nombre casi de novela para una página roja de la política venezolana-, la ingeniosa fuga de Teodoro, Pompeyo y el recientemente fallecido Guillermo García Ponce del cuartel San Carlos. De modo que esos primeros años de la democracia venezolana no fueron fáciles. Fuerzas insurreccionales conspiraban contra el sistema recién instaurado, más que todo provenientes de la izquierda. Si bien Pérez Jiménez fue un dictador “de derecha”, no se advierte que fuerzas militares o civiles afectos a su régimen, incurrieran en intentos de desestabilización durante los años del “puntofijismo”, no ocurriendo lo mismo del lado de la izquierda.
Siendo AD y COPEI, al frente de ellos Rómulo Betancourt y Rafael Caldera, dos partidos que provienen de la “izquierda”, además que Rómulo Betancourt militó en el Partido Comunista Venezolano, sus doctrinas son netamente socialistas: AD propugna la socialdemocracia, mientras que COPEI propone el socialcristianismo, doctrinas socialistas derivadas en ambos casos, más sin embargo para los partidos de izquierda radical, comunistas o socialistas propiamente dichos, eran vistos como “de derechas”.
¿Tienen sentido estas afirmaciones? Veamos. Durante los gobiernos de AD y COPEI se estableció la educación gratuita como un derecho de rango constitucional para todos los venezolanos. Ignoro si antes de la Constitución de 1.961 este derecho tenía rango constitucional, pero en lo que respecta a este período de la historia (1.961-1.999) así se garantizó, de hecho, las universidades públicas eran las más comunes y mejor vistas; además, los liceos y escuelas públicas no faltaban. No había motivo ni razón para que un venezolano no tuviera educación. Por otro lado, la salud también era gratuita. No faltaban hospitales públicos y ambulatorios a lo largo y ancho de la geografía nacional. Más aún, existía el seguro social. Cualquier venezolano que trabajase en la empresa privada o en el estado cotizaba al seguro y tenía derecho a una jubilación y una pensión de vejez, según el caso. Durante el gobierno de Rómulo Betancourt se hizo una reforma agraria. Se entendía que el latifundio era contrario al interés social, así como se condenó el monopolio. Durante el gobierno de Caldera se promulgó una Ley Orgánica del Trabajo que otorgó una serie de derechos de índole laboral a los trabajadores. Se reconocían los sindicatos. Increíblemente se mantuvo artificialmente hasta 1.983 el precio del dólar anclado en 4,30 Bs. /U$. Es decir, ¿Quién podría, en su sano juicio pretender calificar los gobiernos sucesivos al 23 de enero de 1.958 como de derechas?
¿Que habían buenas relaciones con los Estados Unidos de América? Así como las había con los países de la Europa del Este, así como las había con Cuba, con la extinta Unión Soviética, con cualquier país de América o de África o del Asia. Hacíamos y hacemos negocios con los Estados Unidos, es nuestro principal cliente petrolero a la vez que nuestro principal proveedor de manufactura y productos terminados. ¿Coloniaje Imperial? Entonces medio mundo, por el solo hecho de comerciar con los Estados Unidos es una colonia del “imperio”.
Sin embargo, nuestra democracia, nuestro sistema bipartidista, se había corrompido más allá de lo tolerable. La corrupción estaba en todos los niveles: En el Poder Judicial, en las Alcaldías, en las Gobernaciones, en el Alto Gobierno, en las empresas del estado, en los Gremios, en los Puertos, en las Aduanas, en los Sindicatos, en la empresa privada, todo, prácticamente todo estaba (y sigue estando) corrompido, los partidos políticos no se salvaban, de hecho, servían como unas meras oficinas desde donde se canalizaba la corrupción. De la noche a la mañana, era común ver aparecer escándalos: Recadi, Los “jeeps” del Ministro del Interior, El Sierra Nevada, la quiebra del Banco de los Trabajadores de Venezuela (BTV), sin contar los numerosísimos casos de corrupción que tenían por protagonista los entornos de los alcaldes o gobernadores del interior del país. Era inevitable constatar como un alcalde llegaba con un taparrabo a la alcaldía, y salía con propiedades en Miami, ni qué decir de los gobernadores. Para casi todo se cobraba la “matraca” (una especie de “vacuna” cobrada por funcionarios públicos, en especial de los policías y los guardias nacionales); el adjetivo “honesto” en la Venezuela de la guanábana, llegó a ser sinónimo de “pendejo”. Así de simple.
A nivel moral, nuestros gobernantes tampoco daban para mucho. Hasta el gobierno de Luis Herrera, con excepción del de Carlos Andrés Pérez, la conducta moral de nuestros presidentes era normal; sin embargo, con Carlos Andrés y Jaime Lusinchi, la palabra “barragana” se puso de moda. Era algo normal que las barraganas intervinieran en asuntos públicos, y tuvieran tanto o más poder político, civil y militar, que las primeras damas, incluso por encima del mismo Presidente.
Más allá de esto, también se sucedieron hechos emblemáticos de violaciones a derechos humanos, como el tristemente célebre caso de “El Amparo” o la “Masacre de Cantaura”, “Masacre de Yumare”, entre otros hechos presuntamente cometidos por organismos de inteligencia del Estado.
Tras el arribo al poder Carlos Andrés Pérez en febrero de 1.989, se tomó la decisión, junto con un connotado equipo de talentosos economistas comandados por Miguel “paquetico” Rodríguez, de adoptar un conjunto de recomendaciones del Fondo Monetario Internacional (FMI), con el fin de “sanear” el fisco del estado venezolano; entre otras medidas se implantó el Impuesto al Valor Agregado, se liberalizaron de las tasas de interés bancarias, se sustituyó el Precio de Venta al Público (el recordado P.V.P.), se liberaron los precios de los bienes y servicios, se recortaron algunos subsidios, se liberaron las tarifas telefónicas y de la electricidad, se devaluó el bolívar (una vez más), y se aumentó la gasolina; resultado: el estallido social del 27 y 28 de febrero de 1.989. El sistema democrático bipartidista mal llamado puntofijista estaba herido. Sin embargo, las manifestaciones fueron controladas y más nunca volvieron a aparecer, al menos no las de ese tipo.
Para poder contener las manifestaciones anárquicas, los saqueos y la violencia generalizada desatada por una población enfurecida y sin control, el gobierno de CAP incurre en una serie de excesos; desbordada la policía para contener las manifestaciones, suspende algunas garantías constitucionales y ordena el toque de queda sacando el ejército a la calle, cosechando cifras aún no totalmente auditadas de muertos y heridos, ráfagas de FAL en las fachadas de varios edificios, detenciones, abusos de autoridad, etc. Más allá del enigma del 27-F, más allá de especular sobre sus causas, si surgió o no de manera espontánea, si fue o no sembrado por grupos desestablizadores, es claro que la violencia que se vivieron esos días era difícil que se mantuviera por tanto tiempo si no hubiese habido un descontento social contenido o represado, por lo que fue verdaderamente un estallido social.
Luego, el 4 de febrero de 1.992, el “Putsch” tropical, o versión del asalto al Cuartel Moncada Criollo, nada nuevo. Según la propaganda oficial, surge una “esperanza” para el “oprimido” pueblo venezolano, un movimiento surgido desde los cuarteles del ejército comandada en ese entonces por el Tte. Coronel Hugo Chávez, irrumpe en la escena política venezolana con un intento fallido de Golpe de Estado, una excéntrica por rocambolesca asonada militar que llegó a tener bajo su control el estado Zulia, asediaba la institucionalidad democrática por los cuatro costados de territorio, que llegó a introducir un tanque de guerra en las escalinatas de una de las entradas del Palacio de Miraflores, que llegó a ametrallar La Casona, que llegó incluso a tomar por asalto el Canal 8 del estado venezolano asesinando fríamente al guardia de seguridad del canal, que luego de estas “hazañas”, aparece su máximo líder rendido en el Museo Militar y posteriormente declarando ante las pantallas de la televisión privada, rindiéndose, y lanzando el profético “por ahora”. 27 de Noviembre, otro episodio golpista, aparecen y se lanzan a la fama, uniéndoseles a los de Arias Cárdenas, Chávez y compañía que ya lo habían hecho previamente el 4-F, nuevos nombres además de los anónimos que se dieron a conocer el 4-F. La democracia venezolana había recibido estaba resentida pero pudo reponerse. Se había impuesto la institucionalidad de la República frente a los que pretendían violentarla. Sin embargo, el sistema empezaba a dar muestras de agotamiento.
Ante la asonada, muchos políticos adecos, como el entonces diputado Dr. David Morales Bello (quien a decir de muchos era el comandante de una de las más notorias tribus (mafias) judiciales que hacían vida en el estado, pedían la cabeza de los golpistas, pero otros, como Rafael Caldera, quien al parecer estaba en la reserva dentro de su partido copeyano, a pesar de ser senador vitalicio, aprovechó la situación para justificar a los golpistas, canalizando votos a su favor y lanzarse de lleno (una vez más) a la candidatura presidencial (dicen los que saben más de estas cosas, que la vanidad de Caldera no lo dejaba dormir a sabiendas que CAP ya había sido 2 veces presidente y él sólo una); así las cosas, Ramón Escobar Salom y el Magistrado Rodríguez Corro presumiblemente se confabularon con el “caudillo” Luis Alfaro Ucero, quien era una suerte de presidente vitalicio de AD, para destronar a CAP con el pretexto del uso indebido de fondos de la Partida Secreta para ayudar a Violeta Chamorro en Nicaragua.
AD aprovecha el momento para terminar de darle la espalda a CAP, quien por lo menos tuvo el valor de aprovechar su popularidad para emprender un camino de ajustes impopulares –cosa que nadie había hecho antes-, dejándolo huérfano de partido, a la suerte de los conspiradores de traje y cuello blanco –y posiblemente también verde y de otros colores, hubo también otra conspiración contra CAP, no sólo la de Hugo Chávez- quienes y paradójicamente a diferencia de la del militar golpista, esta vez sí resultó fructífera, al precio que hubiera que pagar: finalmente CAP estaba fuera del poder. Ya no sólo la democracia estaba sentenciada, esta vez además, la república como tal, ahora sí, entra en sala de emergencia.
Destronado CAP, un personaje llamado Octavio Lepage se hace brevemente del poder hasta que la transición le toca al “notable” Ramón J. Velásquez para entregárselo a un senil Rafael Caldera. La historia democrática y constitucional puntofijista de la República de Venezuela tenía ya sus días contados, con o sin Hugo Chávez.
En este punto, años 1.997-1.998, el electorado venezolano estaba más que cansado, estaba harto. Durante el segundo gobierno de Caldera, quien, para colmo, lo hizo sin su partido de toda la vida, el que fundó, el que era su encarnación, Copei, uniéndose a una serie de partidos y movimientos de izquierda radical (que tanto combatieron desde la democracia puntofijista, la misma que le cerró el paso a la izquierda dura, tales como el PCV yel MEP), se hundió el mayor banco del país, el Banco Latino, entre otros con no menos peso, como el Banco Consolidado y Confinanzas, en la llamada Crisis Financiera, dando lugar a una serie de intervenciones bancarias que derivó a su vez en hechos de corrupción sin precedentes cuando el estado venezolano, con el Fondo de Garantías de Depósitos (Fogade) mediante, otorgó una serie de “auxilios financieros” a los bancos intervenidos, siendo que en muchos casos, sus directores y accionistas se quedaron con los auxilios y se fueron a vivir al extranjero, dejando a la deriva a los ahorristas y clientes de estas instituciones.
Por si fuera poco, Caldera apenas llega al poder, otorga el famoso indulto a Chávez Frías (dicen que en señal de gratitud, porque el papá de este, Hugo de los Reyes Chávez dizque era copeyano, o en señal de senilidad, o quién sabe, en agradecimiento, si no hubiese sido por Chávez y el 4-F, Caldera no habría dado su discurso que a la postre lo trajo de vuelta a la Presidencia de la República), quedando entonces los golpistas en libertad, listos para aventurarse nuevamente a la captura del poder, esta vez de la mano de Luis Miquilena y una serie de ex-adecos, ex-copeyanos, comunistas y ex-militares que vieron en el comandante golpista una suerte de oportunidad para acceder al poder, junto con uno que otro intelectual, empresario y militantes de la izquierda civil y militar. La república pasa a terapia intensiva.
Venezuela a nivel político estaba tan mal para esos años, que de las filas de AD habían propuesto nada menos que a otro senil, al “caudillo” Luis Alfaro Ucero, como candidato a la presidencia de la República para el período 1.999-2.004, COPEI no era menos, enemistado con su fundador Caldera, en una suerte de miopismo político coloca como su abanderada a la ex reina de belleza Irene Sáez (a quien por cierto vinculaban con uno de los banqueros prófugos), de la mano de Luis Herrera. ¿Más o menos cómo no iba a quebrarse el bipartidismo bajo esta fórmula? Es que si el chichero del reloj de la U.C.V. se lanzaba independiente, sin duda ganaba ante semejante oferta electoral, aún cuando Irene ya había sido Alcaldesa de Chacao con relativo éxito. De otro lado, surge también como abanderado un señor un tanto arrogante que tenía fama de haberlo hecho bien como gobernador del estado Carabobo bajo el manto de un partido que tenía vigencia únicamente en esa entidad regional, Henrique Salas Römer. Sin embargo, la candidatura de Hugo Chávez, venía subiendo como la espuma. ¿Y cómo no iba a subir como la espuma ante un panorama electoral tal como estaba dibujado? La candidatura lógica era la de Salas Römer, pero era tal la ceguera de la dirigencia política que en vez de claudicar a tiempo las candidaturas del caudillo y la ex reina de belleza, decidieron a última hora que sus votos se sumarían a los de Salas, molestando aún más al electorado, quien no dudó en apostar al cambio que pregonaba el teniente coronel de la boina roja, quien con un discurso encendido y ciertamente mucho más conservador de lo que resultó en la práctica una vez electo presidente, ganó con comodidad la puja por la conquista de la jefatura del estado venezolano, haciéndose del botín político y económico que implica administrar la gallina de los huevos de oro: PDVSA, fin último de cualquier político venezolano en estos años contradictorios desde 1.914, cuando estalla el Zumaque I, primer pozo petrolero, hasta el advenimiento de los gobiernos civiles al poder. ¿En 1.998 Vd. no habría votado por Hugo Chávez? Fin de la era puntofijista. Muere la República de Venezuela.
Como conclusión, sin una democracia moribunda, un personaje como Hugo Chávez jamás habría llegado al poder en Venezuela. AD y Copei se venían haciendo su hara-kiri por cuenta-gotas. Hugo Chávez y los golpistas sólo ayudaron un poco, vinieron a acelerar el “proceso”, pero en realidad, vino a pescar en río revuelto. Pero él no es el responsable último de la muerte de la Cuarta República (la puntofijista, la de AD y Copei), a mi entender, la muerte política de la República de Venezuela no se sentenció el 27F/89, ni siquiera el 4F o el 27N de 1.992. Para mí se decidió la suerte de la República de Venezuela el día que la Corte Suprema de Justicia falló contra Carlos Andrés Pérez y éste se vio forzado a abandonar el cargo de Presidente de la República, ese día se terminó de abrir la caja de pandora porque esta situación no obedeció a hechos jurídicos, sino a una conspiración, una conspiración que venía fraguándose alterna y paralelamente desde las instituciones de la democracia y desde el grupo de militares sediciosos liderados por Hugo Chávez, ¿Estarían coordinadas ambas conspiraciones? El tiempo lo dirá.
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