DESASTRE EN EL GOLFO


Por Jonathan Planchart Lehrmann

El día 22 del pasado mes de abril de 2.010, ocurrió el inicio de lo que con seguridad terminará convirtiéndose en el peor desastre ambiental causado por el hombre. La plataforma petrolera Deepwater Horizon operada por la transnacional British Petroleum buscaba la manera de “ordeñar” el subsuelo marino del llamado Golfo de México, nada menos que a 1.500 metros de profundidad –la altura del Cerro El Ávila en el hotel Humboldt visto desde Caracas-, una profundidad a la que el hombre solo puede llegar en batiscafo, con una presión equivalente a 150 bares, o lo que es lo mismo 150 kg de presión/centímetro cuadrado, visibilidad cero y gélidas temperaturas. Imagínese reparar un pozo petrolero en esas condiciones.

Un estimado del flujo de hidrocarburos en el lugar del siniestro lo ubica en torno a 100.000 barriles/diarios, es decir 1.000.000 de barriles cada 10 días o 3.000.000 de barriles al mes. La tragedia es de proporciones dantescas, inimaginables. Aparentemente ni la BP –ni Exxon, Shell, PDVSA, Petrobrás (que ahora quiere perforar la costa atlántica del Brasil), y ciertamente ninguna petrolera a nivel global-, ni el gobierno de los Estados Unidos, ni los del Reino Unido –ni los de ningún estado productor o consumidor de oro negro- habían previsto una situación de contingencia para casos como este, que pudiera frenar la magnitud de un posible y previsible derrame o fuga incontrolada de petróleo o gas en condiciones subacuáticas. Es de suponer que no lo hay porque, al momento de escribir estas líneas, van ya 66 días desde que se inició la tragedia y aún no hay solución al lamentable incidente. 66 días, ¿Cuántos días, semanas, meses y quizá años tendrán que pasar antes que se acabe con esta terrible tragedia que amenaza con poner fin a la vida marina no solo en las costas de la florida, México y los EE.UU., sino a prácticamente todos los océanos del mundo? Hasta se ha escuchado la posibilidad de usar una bomba termonuclear para intentar solucionar la situación. Quizá el remedio sea peor que la enfermedad.

En todo caso, yo como ciudadano del mundo, me hago estas pregunta. ¿Cómo es posible que a nivel mundial operen decenas de plataformas petroleras en alta mar sin que exista un plan de contingencia en caso de siniestro? ¿Quiénes otorgan licencias para explotar petróleo del lecho marino a semejantes profundidades? ¿Estamos locos o qué?

Si bien es cierto que la civilización actual está sedienta de petróleo, esto no da lugar para que las empresas y gobiernos actúen de forma tan descriteriada e insensata; lo mínimo que pueda resultar después de este incidente es un tratado que proscriba la exploración y explotación de petróleo y gas costa afuera, bien sea oceánicas o lacustres e ir desmontando paulatinamente las ya existentes. Existen suficientes reservas de hidrocarburos en tierra firme como para tener que aventurarse sobre plataformas. Además, ya es tiempo de probar en serio con fuentes de energía alternas, como la solar, eólica, geotérmica e hidrógeno. Como mínimo también es hora de implementar por ley los carros híbridos, por lo menos mientras se puedan sustituir las estaciones de servicio convencionales por las alternativas. Ya tenemos la tecnología, que lo gobiernos y las transnacionales petroleras no hayan tenido la voluntad política y económica de hacer el cambio es otra cosa. En verdad, el petróleo debe dejarse únicamente, por ahora, para combustibles de avión y barcos.

Veo a los combustibles fósiles, y los sistemas de energía que los utilizan, como los motores de combustión interna, como cosa del pasado, como se veía el carbón hace 100 años, ante el advenimiento de la industria petrolera, la cual ciertamente movió el mundo y desarrolló la civilización como nunca antes en la historia humana, solo que a un precio ecológico, económico, político y social, pero principalmente ecológico, demasiado alto. Es hora de poner en marcha a nivel mundial la gran revolución del siglo XXI, la cual no puede ser otra que la de las energías verdes. Ojalá no sea demasiado tarde para el Golfo, los océanos y el planeta Tierra.

Jonathanplanchart@dialogopolitico.net   CEL

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