Por Jonathan Planchart L.
Recientemente fuimos testigos de un proceso electoral más en la historia democrática del Chile post-Pinochet. Dos candidatos, fueron a segunda vuelta, el representante de la llamada Concertación de Partidos por la Democracia (centro-izquierda), el ex-presidente Eduardo Frei, y el “derechista” Sebastián Piñera, resultando vencedor a la postre y sin mayores sorpresas este último, puesto que era el favorito. Chile se enrumba hacia una nueva visión de país luego de 20 años de gobiernos de izquierda moderada escogidos de la misma Concertación, que a lo largo de esta era, desde el gobierno de Patricio Aylwin, pasando por Eduardo Frei, Ricardo Lagos, hasta llegar a Michelle Bachellet, han logrado encumbrar a esta república latinoamericana sin mayores recursos naturales, a una posición no solo envidiable desde el punto de vista económico, posiblemente el mejor posicionado de toda América Latina, sino muy madura desde el punto de vista social y político.
Chile es una nación tan o más polarizada que Venezuela. Ha vivido regímenes de extrema izquierda y de extrema derecha, padecido dictaduras brutales, persecuciones, desapariciones y ejecuciones políticas. Desde la llegada de Salvador Allende al poder, se experimentaba por primera vez en el Cono Sur un gobierno completamente identificado con el comunismo internacional. Una nueva Cuba en tierra firme suramericana desde luego constituía una seria amenaza a los intereses y la política exterior de los Estados Unidos en plena Guerra Fría. Sin embargo, Allende sembró una semilla, una esperanza en un pueblo ávido de políticas sociales, pero como todo líder socialista (comunista), fue un personaje polémico. Sus políticas estaban llevando a Chile al borde de un despeñadero económico y social -similar al que se vive hoy día en Venezuela- y sus coqueteos con Fidel Castro eran rechazados por un alto porcentaje de la población, quien en una ocasión llegó a pernoctar por más de un mes en el país austral, desde el 10 de noviembre de 1.971 hasta el 4 de diciembre de ese mismo año, sin duda una visita oficial singularmente larga para un Jefe de Estado en funciones, alarmando por supuesto a Estados Unidos. Este tipo de situaciones provocó que se formara no solo una resistencia anticomunista sino que produjo el caldo de cultivo ideal para una conspiración, como la que finalmente se gestó en las Fuerzas Armadas y que derivó con el brutal Golpe de Estado encabezado por Augusto Pinochet, el 11 de septiembre de 1.973, la muerte de Allende y el inicio de una dictadura militar férrea “de derecha” apadrinada por los norteamericanos durante los siguientes 17 años, hasta el 11 de marzo de 1.990 fecha en que Patricio Aylwin asume la presidencia en sintonía con el plebiscito del 5 de octubre de 1.988, en el cual un 56 % del electorado chileno dijo No a la continuidad del presidente de facto en el poder.
Así las cosas, la sociedad chilena derivó en una marcada polarización entre los que apoyaban las políticas del presidente Allende y vieron frustradas sus esperanzas en un estado con ideales de izquierda, y otra que, a pesar de los abusos cometidos por Pinochet, lo consideraban necesario ya que le reconocen que salvó al país de un régimen comunista. Más polarización política y social, imposible.
Sin embargo, los distintos gobernantes de la Concertación de centro-izquierda se las arreglaron para mantener la nación no sólo por el carril democrático, sino con unas políticas económicas coherentes (que en este momento presenta una tasa del 9 % de desempleo y cero inflación, así como ocupar el primer puesto en el ranking de los países latinoamericanos en el Índice de Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo –PNUD-, el segundo lugar en P.I.B. per cápita latinoamericano con $ 14.510, solo superado en este renglón por México con $ 14.560, y un P.I.B. con un crecimiento sostenido interanual desde el año 2.002 que en 2.008 se ubicó en US$ 169.458.000.000 -detrás de Brasil, México, Colombia y Venezuela, con una población de 16.000.000 de personas-) la cuales han llevado a Chile a ingresar este año en el club de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico –OCDE-, siendo el segundo país latinoamericano después de México que será parte de esta organización, gracias a sus notables logros en materia económica y social.
La madurez política, económica y social de los chilenos es más que evidente. Basta ver cómo se desarrolló la jornada electoral: Resultados rápidos, felicitación pública del adversario, hasta la presidente saliente telefoneó con el candidato ganador, siendo de oposición, el acercamiento de Frei junto a su familia al comando de campaña de Piñera para desearle suerte, entre otros signos de madurez política, y todo esto, en un Chile históricamente polarizado.
Chile constituye hoy día un caso digno de estudio en las escuelas económicas del hemisferio, ¿Cómo un país suramericano muy pobre en recursos naturales, sin petróleo, sin gas, sin hierro, sin aluminio -tan solo cobre-, con una geografía extrema –la mayor parte del país está en la cordillera de los Andes-, extremadamente seco –el desierto de Atacama, ubicado al Norte de Chile es considerado el lugar más seco de la tierra- y frío, dado que se encuentra próximo, gran parte de su territorio, al Círculo Polar Antártico, ha logrado superar las dificultades políticas y socioeconómicas para convertirse, hoy por hoy, en el país económicamente estable por excelencia de Latinoamérica?
Sin lugar a dudas debemos aprender de la lección chilena. Sin complejos.
jonathanplanchart@dialogopolitico.net